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  • Nanaomycin A Si la cr nica se considera una escritura

    2018-10-25

    Si la crónica se considera una escritura menor, sin duda también produce otras minoridades. Novo tiene nombre y biografía; desliza una memoria, aunque la esconda, pero también escenifica un drama. Los soldados de ese bar solo aparecen como sombras ante la mirada del narrador, como esbozos de un deseo o de una erótica. No hay más rastro. La tenue visibilidad que adquieren en esas páginas se diluye pronto, como las noches y las diversiones. La igualdad solo se consigue de noche, diría Monsiváis: “la luz del día ubica con dureza características individuales o colectivas [como] la grotescidad, el mal gusto, las imperfecciones corporales, los grados del riesgo. Pero si el día exagera o es clasista o es catastrofista, la noche, más ecuánime, elimina los rasgos defectuosos, matiza” (Monsiváis 2010b: 265). Su escritura es también nocturna o guarda alianzas informales con esa oscuridad clasista. Ve Nanaomycin A esos muchachos populares moverse de noche por el local mencionado, y en ella los pierde. Se extravían en su escritura. De día, a la luz, esos mismos sujetos se muestran grotescos e imperfectos. De noche, sus defectos se atenúan en una ecuanimidad sombría. Habría una práctica de sí diurna, consciente, reflexiva, ecuánime y otra nocturna, onírica, impulsiva e injusta. Dos tipos de sujetos pugnan por un lugar en la escritura. Cuando esta se detiene en los temas de identidad y política, proclama una inclinación dubitativa por la claridad. Régimen diurno de la política y nocturno del deseo. En Monsiváis, un ethos oscilante intenta dirimir el lugar de la práctica, pero también sus efectos. Sabe que el deseo no admite contratos ni manifiestos, pero también que las identidades solicitan una retórica. Y, sin decidirse, corre de un lado a otro. Fascinado por la noche, destituye las esperanzas que solo se adhieran a las formas pasajeras de experiencia o de verdad. Dudoso del día, solicita una curul fantasmal para las intenciones y la voluntad. La noche es ambivalente porque abre puertas que permanecen clausuradas, pero crea paisajes que repliegan la mirada y la enturbian. La noche proletaria, a la que él se aproxima como un mago a sus hechizos, lo deja perplejo, porque sabe que ocurren muchas más cosas de las que puede ver o explicar. Entiende que los mapas que trazará con su escritura ni siquiera son una representación vicaria de esa intensidad corporal y erótica. Sabe también que no hay realidad a endoskeleton la cual apelar como garantía de una narración citadina y notarial. Por eso sus descripciones nunca terminan. Escribe como si intentara convencerse de que ha visto algo y también lo ha vivido; en los lugares que visita, la proximidad corporal pronto se transforma en una distancia narrativa. Y solo será en ese interregno entre la experiencia y la narración donde pueda situarse una práctica de sí, porque, mientras permanezca cerca de los mundos que describe, la proximidad asfixiante de los otros impedirá o suspenderá cualquier práctica de sí. Una vez que empieza a narrarlos y, por lo tanto, de algún modo a olvidarlos, regresa un sí capaz de practicarse. Si cuando habla de Novo el lenguaje se parece al de un confesor, con las noches homosexuales de la ciudad de México Monsiváis se transforma en un chamán que viste la piel de las especies que caza. Su escritura se convierte en una superficie de contacto y deja que un rumor urbano y miserable, anónimo pero individual, masculino aunque ambiguo, se infiltre en su texto. Los soldados, ha escrito Monsiváis, “se entregan al ritmo, al frenesí, al disfrute de la amistad calenturienta, a la ansiedad de darle chance a su libido” (Monsiváis 2010b: 64). Extáticos frente a los otros, parecen vacíos ante sí mismos. Pero Monsiváis chamán traduce la lengua de sus cuerpos a las estéticas de sus lectores. Los soldados frenéticos, calientes, ansiosos, reposan en el diván mullido de las palabras. Monsiváis los recibe en su texto para darles la calma que no consiguen. La serenidad del narrador permite la descripción de estas calenturas frenéticas. Él les da chance para que su libido quede de pronto inscrita en la monacal contención del lenguaje. De algún modo, Monsiváis escribe un catecismo personal y herético de las multitudes homosexuales y homoeróticas.